Eran los primeros años setenta, sábado por la tarde.
Iban llegando escaladores, la mayorÃa en el aereo y, solo algunos privilegiados, en vehÃculo propio. Otros, mas tardÃos, llegaban en los últimos trenes y, como ya no habÃa aereo, se juntaban en el bar de monistrol y subÃan en taxi.
Los taxistas hacÃan su agosto; cobraban por persona, como los autobuses, y metÃan toda la gente que cabÃa, bien apretujados, con el maletero a reventar de mochilas y, hala, parriba, el Seat 1500 arrastrando el culo entre la niebla.
Ya caÃda la noche, se montaba el jolgorio padre. Se practicaban juegos brutos, como churro-mediamanga-mangutero, se deambulaba en grupos, se hacÃan pruebas, a ver cuantos tÃos se pueden meter en la hornacina vacÃa y, como no, se hacÃa lo que ahora se llama bulder, en las paredes de los edificios. El paso más famoso de todos era el "flanqueo de la peseta" o "paso de la pela".
Está en la arista que hay a la derecha de la biblioteca, y la cosa consistÃa en flanquear, bordeando la arista, con los pies por un reborde que hay a, más o menos, metro y medio del suelo. Para ayudar a mantener el equilibrio, se metÃa una peseta en la fisura entre dos bloques de piedra, de la fachada, y se utilizaba como presa de mano. Luego, de tanto meter pesetas, la fisura se agrandó y, en vez de una peseta, habÃa que meter un duro, despues ya la yema del dedo y, al final, la gracia era hacerlo sin utilizar esa pequeña presa.
La autoridad en el monasterio, durnte la noche, era Cirilo, un sereno de sesenta y muchos años, que vestÃa uniforme gris, con gorra del mismo color, e iba armado con un chuzo (bastón con un pincho en la punta, que era el arma habitual de los serenos). Cirilo era muy querido y respetado por todos los escaladores. Era muy tolerante y, cuando decÃa hasta aquÃ, se le obedecÃa. Y que a nadie se le ocurriese meterse con el, en presencia del colectivo escalador, que iba a salir muy mal parado.
Corilo, que vivÃa en Monistrol, murio atropellado por un coche. Todos lloramos su muerte.